El estrés celular, por Truferus Máximus


He quedado esta mañana para una entrevista y creo que ya llego tarde. Saco el smartphone de mi bolsillo delantero del pantalón y me dispongo a mirar la hora.

Una alerta me avisa de que tengo dos nuevos emails. Los abro de inmediato porque nunca se sabe quién te puede requerir. Uno es de una casa de viajes online a la que me suscribí por sus ofertas y que ya no me interesa; el otro es la factura del gas, así que uno lo borro sin más y el otro lo muevo para archivarlo en la carpeta "Facturas" de la cuenta de mi correo porque soy muy ordenadito y así lo encontraré pronto cuando lo necesite...

También veo que tengo algún que otro whatsapp. Uno de mi madre preguntándome si voy este fin de semana a comer y qué es lo que me apetece; que si no que hace albóndigas con tomate. No lo abro para que no vea que lo he leído y ya le responderé luego. Hay otro chat del grupo de yoga que uno tituló con poca fortuna "yogadictos", con 37 mensajes que sigue aumentando, pero me limito a abrirlo y cerrarlo porque no me interesa lo que dicen. El tercer mensaje de chat es de mi cuñado en el que al clicar en una foto que de lejos parecía un tótem indio, ha aparecido de repente un tipo negro con gorro y un elemento fálico desmesurado con un "jajajajaj" de fondo.

Después de acordarme de mi cuñado el graciosete, compruebo que en Facebook tengo dos notificaciones nuevas, dos toques, una invitación a un grupo y que si conozco a un tal Angelito Martínez. No tengo tiempo para todo eso así que desplazo las notificaciones a la izquierda para hacerlas desaparecer y se van por arte de magia. Al instante me aparece en la barra superior, que en mi cuenta de Twitter, el periódico de mi pueblo al que sigo, ha hecho un RT de un tweet del periódico del pueblo de al lado porque se siguen mutuamente; así que miro a ver que dicen, nada, es el anuncio de las fiestas de primavera con el hastag #fiestasdeprimaveraenvillarrubia, pero aún estamos en octubre. También tengo dos nuevos seguidores que son empresas inmobiliarias.

Un SMS ha entrado ahora también indicándome que el saldo de mi cuenta bancaria es inferior a la cantidad que indiqué un día y me avisa de ello; así que abro el explorador para entrar a la web del banco, meto mi DNI, la contraseña y miro entre sollozos el escaso saldo que me queda. Entretanto, salta la alerta del juego al que llevo viciado desde hace dos años y me indica que mi ejército está listo para la batalla, que me quedan cinco minutos para proceder al ataque. << ¡Mierda, se me olvidaba! >> Me siento en un banco de la calle para atacar tranquilo en un pis pas pero...

<< ¡Aaaaaaagh! ¡Ya no tengo megas en el móvil y va muy lento! >> Corro como un mandril al centro comercial de enfrente que tiene WiFi gratis y me conecto cuando tengo buena cobertura << ¡Bien! ¡Llega a tope! ¿Eh? ¿Qué pasa, por qué no conecta? Joder, me pide que me registre en la web del centro comercial para iniciar sesión en su red. Venga, en un momento que me da tiempo>>. Para ello utilizo la otra cuenta de email que tengo por si por aquí mandan publicidad y tras abrir el mensaje que me mandan, accedo desde el enlace que me han puesto a mi nueva cuenta del centro y ¡voila! ¡WiFi gratis! <<Vamos...>> pienso nervioso. << Entra al juego... venga... ¡Ahora! ¡Toma! ¡Al ataqueeeee! >> Un momento, 8% de batería restante. << ¡Oh no, que no me llega!>> Las notificaciones se tornan de un color rojizo. Suerte que llevo un cable USB y estos centros son modernos y están bien preparados para cargar móviles y aparatos electrónicos. Pero los dos enchufes que hay están ocupados por dos chicas adolescentes que no paran de reírse Dios sabe de qué.

Bueno, pues nada, me la juego sin casi batería a ver si aguanta. Siguen llegando a la barra superior mensajes de Whatsapp del grupo de yoga a los que no hago caso mientras ataco en el juego de guerra, pero en el fragor de la batalla recibo una llamada de un teléfono desconocido que me corta el ataque y me destroza el alma.

<<¿Diga?>> Respondo con resignación. <<Buenos días señor, mi nombre es Luiza Esperanza Chaves, el motivo de mi llamada es ofrecerle un descuento en su factura actual de móvil. ¿Me puede decir su nombre para dirigirme a usted?>> Yo cuelgo cabreado sin importarme haber herido los sentimientos de la comercial que hacía su trabajo, porque a ella tampoco le ha importado joderme la partida. Sumido en la desesperación, respiro hondo y veo como mi celular se desvanece en mi mano apagándose por completo.

Pero... ahora que pienso, yo quería saber qué hora era y no lo he mirado. Le pregunto a un señor calvo y con barba. <<Las 14:25>> me dice. <<Pues ya no llego, ¡anda coño!, ¡si llevo reloj!>>.



Editado por Truferus Maximus

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