TA METÁ TA KRITIKÉ. Consejos “nutricionales” para una cultura “fofisana”

El peor defecto de nuestro tiempo es la autocomplacencia. Ante la más notoria evidencia del error, a menudo nos sentimos obligados a estar satisfechos de lo que somos y hacemos sin otra instancia crítica que nuestra propia necesidad de sentirnos reconocidos por alguien, incluso cuando ese alguien ya no puede ser sino uno mismo.De forma implícita o explícita, nuestra época nos enseña a acudir, frente al fracaso, a una justificación fundada en la ilusoria existencia de una condición idiosincrática única, permanente e impermeable que, supuestamente, nos define: “no me lo tengas en cuenta, yo soy así”.
La nuestra es una cultura “fofisana” que, por no querer reconocerse “gorda” de individualismo narcisista y nihilismo pragmático, ha preferido conmiserarse a sí misma en un avance ciego de la técnica, un proyecto fallido de globalización y un desfondamiento de los valores tradicionales antes que responder dignamente ante el instigador ataque del paradigma “atlético” intelectual.


En su falaz condolencia, esta forma tan injuriosamente superficial de estar en el mundo ha calado en todos los ámbitos: en nuestros modernos Estados occidentales, todos, desde el monarca (si se da el caso) hasta el último ciudadano, practicamos esta nueva forma de deleite en la equivocación y auto-exculpación de las faltas. Y, sin embargo, el más perverso agente de esta autocomplacencia global es el “atleta” crítico que alza su voz en contra de la misma, pues alberga en su acción un similar gesto de auto-absolución por ser al menos, piensa él, uno de los pocos que se dan cuenta del colapso. Creyéndose poseedor de la verdad verdadera, como si fuera el “entrenador” que conoce los únicos “ejercicios” válidos para “poner en forma” nuestro mundo, el crítico se convierte en cínico, y no precisamente por despreocupación material, sino por padecimiento de los mismos males que pretende erradicar. De esta forma, las embestidas reprobatorias que podrían haber acabado con el sistema son fagocitadas por éste y acaban engrosando el “michelín” del declive cultural hacia la barbarie.


Es necesaria, pues, la crítica “después de la crítica” (“ta metá ta kritiké”, que diría Andrónico), la metacrítica, la crítica de la crítica, incluso aunque esta nueva “dieta” tampoco sea capaz de abandonar el movimiento autocomplaciente. Por eso no me cuesta trabajo aceptar la propuesta de Sundgren y Radimov para colaborar en este blog con el rol de “voz de la conciencia”, crítico de sus críticas y editor de las mías propias, a riesgo de introducirme en una inter-auto-felación intelectual a tres bandas. Como el “nutricionista” capaz de poner “a régimen” no solo a la cultura “fofisana”, sino también a sus “atletas” y a sí mismo; como el “factótum de la ciudad” que, al igual que el Fígaro de Rossini, responde con humor a la vanidosa encrucijada de auto-regocijo de la que, tampoco él, puede ya escaparse. Y puesto que “el ave de Minerva no emprende el vuelo hasta el oscurecer”, si no es posible arrojar mucha luz, por falta de humildad, que al menos podamos devolver “cada mochuelo a su olivo” y echarnos alguna risa en el camino.


Editado por Víctor Teba

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