
Dejaron sus cosas en una húmeda y lúgubre habitación. Bajaron por los escalones de madera que crujían a cada paso mal iluminado por las tenues bombillas pendulantes. Sintieron un fuerte golpe en la cabeza. Se miraron aterrorizados, sentados uno frente al otro y amordazados. Descubrieron que la anciana no vivía sola y que su rostro ya no era dulce. Uno, vio como al otro le rajaban y sacaban las tripas los mugrientos acompañantes de la anciana. Le repugnó ver como relamían los cuchillos antes de volver a hundirlos en el torso aún con vida de su amigo hasta que le abrieron las costillas de par en par. Aceptó que ahora venían hacia él; ya no hubo más verbos.
Editado por The night talker
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